miércoles, 6 de febrero de 2008

¡Gracias Claudia, mamá de zoe

El mundo (Eduardo Galeano)
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
El fuego de ustedes es enorme y brillante ojalá puedan seguir iluminando en algún espacio para nosotros, es mi deseo con mucho cariño.
Claudia

Y aqui van más de Galeano...
Elogio de la imaginación
Hace unos años, la BBC preguntó a unos niños británicos si preferían la televisión a la radio. Casi todos se pronunciaron por la televisión, lo que fue algo así como comprobar que los gatos maúllan o que los muertos no respiran. Pero entre los poquitos niños que eligieron la radio, hubo uno que explicó:
-Me gusta más la radio porque por radio veo paisajes más lindos.
Ventana sobre la utopía
Ella está en el horizonte -dice Fernando Birri-. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.
Celebración de la risa
José Luis Castro, el carpintero del Barrio, tiene muy buena mano. La madera, que sabe que él la quiere, se deja hacer.
El padre de José Luis había venido al Río de la Plata desde una aldea de Pontevedra. Recuerda el hijo al padre, el rostro encendido bajo el sombrero panamá, la corbata de seda en el cuello del pijama celeste, y siempre, siempre, contando historias desopilantes. Donde él estaba, recuerda el hijo, ocurría la risa. De todas partes acudían a reírse, cuando él contaba, y se agolpaba el gentío. En los velorios había que levantar el ataúd, para que cupieran todos –y así el muerto se ponía de pie para escuchar con el debido respeto aquellas cosas dichas con tanta gracia.
Y de todo lo que José Luis aprendió de su padre, eso fue lo principal:
-Lo importante es reír –Le enseñó el viejo-. Y reír juntos.

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